"La guerra es la mejor escuela del cirujano" Hipócrates
Si cuando realizamos el
mueble azul con pan de oro no tuvimos complicaciones con la estructura del mueble, aquí fue todo lo contrario, nos enfrentamos a un trabajo laborioso, quizás el que más junto con las
sillas cup-cake que también nos dieron algún que otro dolor de espalda.
Con este baúl nos hemos sentido más cirujanos que nunca, pues le hemos devuelto gran parte de su esplendor original y la vida a un objeto que estaba destrozado tanto por la climatología, los efectos de la carcoma y la avaricia, si, la avaricia.
Dividiremos la entrada en dos partes, aquí hay mucho pisto que repartir y queremos contentaros a todos, no queremos aburrir con una lectura extensa pero tampoco queremos dejar de explicar los pasos que hemos seguido.
Así que... bisturí, gasas y acción.
Encontramos este baúl tirado de precio. Primer error, un
objeto voluminoso barato es indicio de problemas...y de gasto adicional de dinero. Teoría universal, aunque no escrita, que dice que lo que no gastes en el objeto en sí, lo gastarás en material y en tiempo. Normalmente solemos ceder cuando una de las partes no está de acuerdo con la compra, pero en esta ocasión hubo, a pesar de todo, cuórum, se adivinaba potencial.
Lo primero de todo fue
limpiarlo y
clasificar los daños, ordenando todos los aspectos a restaurar. La limpieza exterior se hizo a base de agua y jabón y la chapa, que tenía una notable capa de grasa, con una mezcla de agua y
Volvone. Al margen de esto, tenía goterones de pintura blanca que se fueron quitando con paciencia y una cuchilla. Las tachuelas exteriores se pulieron con una dremel. Finalmente, quitamos el papel interior que traía con una espátula, paños y agua caliente. Al
retirar el papel nos dimos cuenta de que estaba fabricado con restos de madera de cajas de leche de una cooperativa de leche cántabra. Tras ver la tipografía vintage de las cajas, decidimos conservarlo tal y como en un principió debió estar, sin empapelar.
La madera
tenía carcoma, hasta venía con un animalito y todo, ¡más gracioso era!¡Qué detalle! Lo hemos adoptado, se llama Piticli. Compramos el
tratamiento, lo inyectamos agujero por agujero y lo dejamos envuelto en plástico 15 o 20 días. Después tapamos los agujeros con cera color cerezo.
Tanto la cerradura como las
bisagras traseras y los
filos metálicos habían sido forzados con palanqueta... ¿intento de robo, extravío de llaves?... la cuestión es que lo habían reventado (de ahí la avaricia que comentábamos al principio). Por suerte contamos con un chapista jubilado en casa, que encantado volvió a
darle forma a todo. Según nos comentó el truco es dar golpes tanto por una cara como por otra hasta dejarlo completamente plano. Estos
filos metálicos se pintaron en negro, no con brocha, quedaba bastante artificial, pero si con un trapo y restregando la pintura para devolver el color sin parecer completamente nuevo.
También tuvimos que
reconstruir la madera donde iba una de las bisagras. Guardamos el trozo de madera y la bisagra, los encolamos sujetándolo con gatos y una vez seco utilizamos una masilla
Reparafácil para endurecerlo y que no se desplazase la pieza.
Hasta aquí la primera parte del post y de la reparación. En la próxima y última entrega empezaréis a ver la luz... un poco de paciencia. Entrega que por cierto haremos en diferido, ya que estaremos de vacaciones. Pero eso sí, ¡no faltaremos a nuestra cita de los jueves!